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Fracaso Escolar: Un abordaje que quita etiquetas - Por Clara Jasiner

Atiendo hace años niños con problemáticas de lo que se dio en denominar fracaso escolar. Postulo que me encuentro con situaciones vitales y de aprendizaje escolar que escapan del abordaje tradicional de la psicopatología[1] y aún de las clasificaciones inclasificables del los DSM, IV y V.

Encontré, cada vez más intensamente, en el consultorio y en instituciones, sobre todo educativas, solicitudes de asesoramiento a escuelas, de supervisión y talleres a docentes y de psicoterapia a niños, que eran y son derivados por las escuelas. Es decir, que el síntoma, en la infancia, desde hace tiempo emerge en las dificultades de conducta y aprendizaje. Las mismas son preocupantes, ya que inciden en el padecimiento y riesgo de los niños y niñas y en un déficit cada vez más indisimulable en la alfabetización.

Los niños y niñas, si bien derivados por rótulos que van desde hiperkinéticos, a distraídos, pasan también por sospechas de grados de autismo, y son catalogados a través de baterías de tests y estudios neurológicos con diferentes categorizaciones patológicas, ya naturalizadas. Los tests, lejos de dar respuestas que solucionen la problemática o brinden instrumentos operativos a las familias y escuelas, aumentan el stress asociado a la consulta.

Ahora bien, sostengo, y así lo hago en mi libro No al Fracaso Escolar, que se impone des-rotular y encarar el abordaje de la problemática de la niñez, desde conceptos y concepciones des-patologizantes, ya que las utilizadas hasta ahora, no contribuyeron a disminuir las dificultades para la concentración y el aprendizaje.

Ante esta situación crítica pregunto: ¿Qué sucede con la subjetividad en tiempos de crisis? ¿Cómo es posible instaurar acotamientos subjetivantes que le ganen la partida a la descarga a tope que sucede por ejemplo, en los jueguitos de play- station[2]? Lejos de ser culpabilizados como los brujos malos de esta época, por el contrario, los juegos virtuales brindan a los pequeños usuarios un refugio ante la problemáticas familiares y económico sociales y vinculares, muchas veces, insoportables. También les brindan un ámbito de encuentro con amigos, lo cual no es desdeñable. Ahora bien, se impone revisar su utilización. Y esto pareciera no poder ser asumido por los adultos.

Trabajo hace años con un método denominado por mí No al Fracaso Escolar, que busca construir con los niños, los docentes y las familias, condiciones de subjetivación que permitan a los niños aprender y habilitarse a sí mismos posibilidades de demora sin la continua descarga adrenalínica vertiginosa que sienten con el joystick en la mano.

Surgen otros interrogantes: ¿Qué sucede con los deseos, no tanto con su cumplimiento sino con el poder constituirse los niños como seres deseantes? Ustedes dirán: Pero los niños desean muchas cosas, demandan continuamente, piden y exigen ser satisfechos. No me refiero, entonces, a esas demandas sino a cómo las mismas, intensificadas por una cotidianeidad que promete y exige instantaneidad y llenado inmediato que colme a la persona para que la misma pueda sentir algo, obstaculizan que los niños se acepten como seres deseantes. Aludo al deseo, a ese que, una vez que habita a un niño, le invita a aprender, a ser curioso sin que esto implique acelere continuo, a preguntar esperando respuestas. El deseo le muestra que puede tolerar la postergación, que puede “bancar” la desilusión de competir con tantos en el aula, porque él tiene proyectos y empatía. El deseo lo protege de la descarga a gritos, de la puesta en escena desafiante de contestarle mal a una maestra. El deseo, si se está instalando subjetivamente, lo saca del auto-centramiento, de la desconsideración por sí mismo y los otros.

Hace tiempo que constato que casi todos los niños que consultan, lo hacen a partir de la indicación de las maestras o los maestros e incluso, de los gabinetes psicopedagógicos. Los docentes se encuentran a menudo con sus propios límites para poder albergar en la tarea del aula estas cuestiones. Esto deviene en una depositación en ciertos niños de las dificultades que seguramente están presentes en todos, en cada uno con modalidades singulares. Se les dificulta a los y las maestras lograr que se lleve a cabo la planificación, y se atribuye esto invisibilizando la cuestión con rótulos, atribuidos a los niños que no pueden concentrarse, que parecieran tener alfileres que les impiden estar quietos en el asiento.

¿Cómo las crisis articulan con las potencias e impotencias de cada quien? ¿Cómo juegan las impulsividades, las tentaciones violentas sin tope, en tiempos en que la frustración de aspectos vitales está a la orden del día? ¿Cómo construir posibilidades de concentración y actitud para escuchar, observar y evaluar?



¿Cómo se imbrica la aceleración adrenalínica, la captura instantánea y a pleno que propone la tecnología con el requerimiento de detenerse a pensar que exige la alfabetización? ¿Cómo la misma tecnología es una puerta abierta a los contactos así como un refugio para el padecimiento vincular cotidiano, un lugar para el sujeto?

Se trata de niños, que con frecuencia, leen de corrido, entienden las materias, en sus momentos calmos pueden sostener una conversación empática, pero que, en general, están tomados por dos cuestiones, ligadas entre sí, desde mi concepción de estos temas. Las mismas son la impulsividad y el abuso de medios digitales, que, conviviendo en reiteradas circunstancias pueden, ya que la tecnología no es utilizada como un recurso y un instrumento sino como una captura que no puede ser interrogada por los adultos, devenir en riesgo para el niño. Este por sí mismo no tiene muchas veces posibilidad de desacelerarse y de entender las complejas relaciones entre la realidad virtual y la escena que no lo es. Me preocupa, en estos momentos, que parecieran los adultos no asumir, que los que saben qué les conviene a sus hijos y alumnos, son, justamente, ellos.

Las estrategias que construyo con niños y niñas, padres y madres y maestros y maestras, tienen como dirección quitar etiquetas y construir no solo en los niños, sino en los adultos, instrumentos de subjetivación que aminoren el riesgo del todo vale.

Estas notas continuarán explicitando dichas estrategias y propuestas terapéuticas.


[1] Por supuesto que, en el caso por caso, no conviene desdeñar totalmente los aportes de la psicopatología psicoanalítica. Solo sostengo que no basta hoy en día y que, además según como sea utilizada, produce cristalizaciones de la etiqueta, lo cual intensifica las dificultades.
[2] Obviamente sin denostar su existencia, sino su utilización sin límite.