El miedo es una respuesta
normal que nos advierte de un peligro y pone en alerta nuestro instinto de
supervivencia llevándonos a la evitación del estímulo o fuga. Pero, cuando este
sentimiento se dirige hacia algo sin fundamento, es decir no corresponde a la
realidad, es irracional y puede llegar a inmovilizarnos, hasta el punto de
aterrorizarnos ya que justamente al ser irreal, sino imaginario, no existe la
posibilidad de huida.
Es decir que el miedo enlaza a nivel de
respuesta fisiológica al ser humano con las demás especies vivas. En los
humanos es interesante tener en cuenta la intensidad de los miedos y también si
la respuesta de huida se da ante un peligro real o frente a una amenaza vivida
como tal o también, como sucede en el caso del stress, ante situaciones muy
exigentes, de las que el sujeto no puede huir. Estas asumen aspectos no solo
fisiológicos, sino psicológicos.
¿Qué hacer con el miedo? En principio
“escucharlo” “alojarlo”. Tener presente que muchos miedos se basan en creencias que tenemos
sobre nosotros mismos o en situaciones, algunas antiguas, heredadas, transmitidas
culturalmente e intrafamiliarmente. Atravesarlos ayuda a
aprender a conocernos mucho mejor y a conducirnos a motorizar deseos
incumplidos y ayuda a transformarnos en aquello que queremos ser.
Existe la posibilidad de que algunos de ellos
estén tan arraigados en nuestro interior que sea necesario solicitar la ayuda
de un profesional.
Con o
sin la necesidad de ayuda de un terapeuta, asumir la valentía de convertir
aquello a lo que le tememos en una potencial posibilidad de “ser”, constituye
sin duda una de las aventuras más apasionantes: poder ser protagonista activo de nuestra
existencia.